¡Ohayo~! Ya que estoy en tierras niponas, y ya que la otra entada sobre literatura japonesa (que podéis leer aquí) fue acogida con bastante entusiasmo, aquí va la segunda parte de esa entrada. Se me ha hecho muy larga, pero es que así ya metía todo el segundo periodo y no tenia que hacer una tercera entrada para acabar la explicación. Tengo pensado hacer más entradas pero ya centrándome en poesía o teatro (que suele ser algo que llama bastante la atención a la gente). De momento, espero que disfrutéis de esta.
Cuando los barcos del comodoro norteamericano
Matthew Perry llegaron a la bahía de Edo (la actual Tokyo) en el año 1853, hacía
más de dos siglos que Japón vivía aislado a causa de la política adoptada por
los shoguns Tokugawa para mantener la estabilidad de su régimen (1603-1867). La
llegada de los “barcos negros” del comodoro Perry, sin embargo, obligó al
gobierno Tokugawa a cambiar de estrategia y a abrir el país al comercio, a las
relaciones diplomáticas y al intercambio cultural con el exterior, lo que
acentuó el sentimiento de crisis interna que se había ido desarrollando a lo
largo de la primera mitad del siglo XIX.
La literatura y la lengua en el momento de la Restauración Meiji
(1868)
Durante el periodo Tokugawa (1603-1867), la
sociedad japonesa había mantenido una estructura feudal basada en los rígidos
valores del confucianismo. En la cima de la jerarquía estaban los guerreros/eruditos,
seguidos, en orden descendente, de los campesinos, los artesanos y los
comerciantes. Reflejando la organización
social del país, la literatura presentaba dos modelos muy diferenciados: por
una parte, estaba la literatura de prestigio, denominada bun ( 文) y dirigida a
la elite, y por otra, un género de ficción
que recibía el nombre de gesaku
( 戯作, ‘obras
frívolas’) y que estaba dirigido a las clases populares.
La literatura
de prestigio estaba escrita en chino clásico, y reservada a
los eruditos confucianos y a los miembros de la clase guerrera. Tenía como
géneros principales la poesía, denominada kanshi ( 漢詩), y el ensayo, que se ocupaba básicamente de temas políticos, filosóficos e históricos.
Estos dos géneros eran los únicos dignos de ser considerados como literatura
“seria”.
Por su lado, la
ficción gesaku trataba temas de la vida cotidiana y estaba fuertemente influenciada
por la larga tradición oral y teatral de Japón. Este género popular había
alcanzado un nivel notable durante la primera mitad del siglo XIX, pero en los años
inmediatamente anteriores a la Restauración había ido degenerando hasta caer en
un grado mínimo de calidad y de originalidad. De hecho, en el año 1868 la
ficción gesaku era un género prácticamente agotado, y su único objetivo era
entretener y aleccionar a los lectores.
1860-1890. El periodo de transición
Los ensayos, las traducciones y las
novelas políticas
La apertura de Japón hacia el exterior decretada
por el emperador Meiji el año 1868 provocó que durante los años inmediatamente
posteriores a la Restauración se produjera un auténtico alúd de libros y de
artículos sobre la cultura y la civilización occidentales. Normalmente, este
fenómeno se conoce con el nombre de bunmei
kaika ( 文明開化, ‘civilización
y progreso’).
En un primer momento, los intelectuales japoneses
intentaron satisfacer su curiosidad por Occidente con ensayos y libros de viajes
que intentaban presentar fielmente la realidad de los países occidentales. Pero
pronto, en su afán de colocar al país al nivel de las potencias occidentales, los
intelectuales recurrieron a otra herramienta que sería fundamental en la
difusión del conocimiento de Occidente en Japón y, especialmente, en la
modernización de la literatura japonesa: las traducciones
de obras europeas.
Como es lógico, al principio el interés de los
intelectuales japoneses se centró más en traducir obras de contenido político y filosófico, en las que encontraban una utilidad evidente, que en obras puramente
literarias. De esta manera, durante la década
de los setenta del siglo XIX las obras que se tradujeron fueron,
sobre todo, ensayos que ayudaron a difundir las ideas políticas y filosóficas vigentes
en Occidente. Las traducciones de obras
puramente literarias no llegaron hasta la segunda década de la era
Meiji, es decir, a partir de 1878.
Con la traducción de estas novelas, la ficción recuperó parte del prestigio que había
perdido en los últimos años del periodo Tokugawa. Además, esta recuperación del prestigio de la ficción
coincidió con el intenso debate político que tenía lugar en Japón a comienzos
de la década de los ochenta del siglo XIX, en el que se discutían temas como la
fundación del parlamento, la creación de los primeros partidos políticos o el
desarrollo de las relaciones internacionales.
La combinación de estos dos factores tuvo mucho
que ver en el nacimiento de un género literario que hoy en día conocemos con el
nombre de seiji shôsetsu ( 政治小説) o novelas políticas.
La denominación de seiji shôsetsu se aplica a una
serie de obras de ficción escritas básicamente durante la primera mitad de la
década de los ochenta del siglo XIX con el objetivo de difundir entre el pueblo
ideales políticos como la igualdad, la libertad y la independencia nacional.
Normalmente, los autores de estas novelas políticas eran jóvenes periodistas y
activistas relacionados con el Movimiento por los Derechos y la Libertad de los
Ciudadanos que, siguiendo el ejemplo de lo que pasaba en Occidente –donde
personajes tan ilustres del ámbito político como Disraeli, Bulwer-Lytton o
Voltaire se dedicaban a la ficción sin avergonzarse–, decidieron adoptar la
novela como medio para dar a conocer su ideario.
La primera seiji
shôsetsu apareció el año 1880 con el título de Tormentas en el mar de las pasiones: Relatos sobre los
derechos de los ciudadanos (Minken engi, jôkai haran). Se
trata de una novela alegórica en la que se pedía que en Japón se estableciera un sistema parlamentario como el que tenían
las naciones occidentales.
Las seiji
shôsetsu ejercieron una cierta influencia sobre las
literaturas china y coreana. El caso más conocido quizás sea el del intelectual
reformista chino Liang Qichao (1873-1929), que se inspiró en las novelas políticas japonesas para
formular parte de su ideario. Se trata de un hecho especialmente importante, ya
que era la primera vez después de muchos siglos en que la literatura japonesa
influenciaba a la china.
A pesar de los esfuerzos de sus autores para crear
una ficción adecuada a los nuevos tiempos, la mayoría de seiji shôsetsu continuaban
presentando los mismos problemas que la ficción gesaku –es decir, unos argumentos
complicados e inverosímiles, unos personajes estereotipados, un tono demasiado
didáctico y un estilo demasiado alejado de la lengua hablada–, por lo que
difícilmente se pueden considerar obras verdaderamente modernas. Seguramente
ésta es la razón por la cual ninguna de estas novelas ha sido traducida a
ninguna lengua occidental, y que a menudo este género queda olvidado en el
momento de hacer la crónica del nacimiento de la literatura japonesa moderna.
Con todo, es innegable que tanto las primeras
traducciones de novelas europeas como el género de las seiji shôsetsu conformaron los
primeros intentos para hacer evolucionar la literatura japonesa y, a pesar de
sus carencias, representaron una primera transición entre la ficción gesaku y la novela moderna.
Tsubouchi Shôyô y Futabatei Shimei
Tsubouchi Shôyô y Futabatei Shimei están considerados
como los padres de la novela japonesa moderna a partir de dos obras que
publicaron con pocos años de diferencia y que significaron el empujón definitivo
para superar las limitaciones lingüísticas y estilísticas que presentaban la
ficción gesaku, las primeras traducciones y las seiji
shôsetsu. Hablamos de La esencia de la novela (1885-1886),
el ensayo con el que Tsubouchi estableció
las bases teóricas de lo que tenía que ser la reforma literaria en Japón, y de Nubes
errantes (1887-1889), la novela en la que Futabatei plasmó
las teorías de Tsubouchi.
1890-1912.
El desarrollo de la novela moderna
La
Ken’yûsha y Ozaki Kôyô
A pesar de los avances hechos por Tsubouchi y Futabatei
al final de la década de los ochenta del siglo XIX, la modernización de la
literatura japonesa no fue un proceso fácil. Durante la década de los noventa
se produjo una reacción ante lo que algunos veían como una excesiva
occidentalización de las formas literarias (y del país en general), y el lema bunmei
kaika que había presidido los primeros años de Meiji dio paso a un eslogan
más matizado, wayô setchû ( 和洋 折衷, o ‘combinación de Japón y Occidente’).
En el ámbito literario, esta combinación de
elementos japoneses y occidentales encontró expresión en los autores de la Ken’yûsha
(‘Amigos
de la piedra de tinta’), que, bajo el liderazgo indiscutible de Ozaki Kôyô,
intentaron revitalizar la literatura japonesa mezclando los modelos de la
literatura japonesa clásica –sobre todo del periodo Genroku (1688-1703) y, en
especial, del escritor más representativo de este periodo, Ihara Saikaku– con
algunos de los avances que había aportado el contacto con las obras de la
literatura occidental.
La Ken’yûsha fue fundada el año 1885 por un
grupo de estudiantes de la Universidad Imperial de Tokio que compartían su
afición por la literatura. Entre 1885 y 1889, estos jóvenes publicaron la primera
revista literaria del Japón moderno, Garakuta bunko (Librería
de Recortes), y a partir de 1890 empezaron una intensa actividad centrada en
la creación de unas novelas populares, sentimentales y artificiosas, que
presentaban una trama elaborada y llena de elementos melodramáticos. Este
estilo enseguida conectó con el gusto de un público muy amplio, lo que permitió
a los autores del grupo Ken’yûsha ocupar un lugar central en el mundo literario
japonés de la década de los noventa.
Ozaki Kôyô ( 尾崎 紅葉, 1867-1903), seudónimo de Ozaki Tokutarô, fue
el escritor más popular de la década de los noventa. En el año 1885 fundó,
juntamente con otros compañeros de la Universidad de Tokyo, la sociedad
literaria Ken’yûsha y la revista Garakuta bunko, y en el
año 1889 entró a trabajar en el diario Yomiuri Shinbun, en
cuyas páginas publicó la mayoría de sus obras.
Los
últimos representantes de la tradición china
Aparte de los autores de la Ken’yûsha, el
“retorno a los orígenes” que comportó década de los noventa también se vio
reflejado en la obra de diversos escritores que fueron los últimos
representantes de la tradición china en las letras japonesas. De entre estos
autores, tenemos que destacar el nombre de Kôda Rohan, cuya obra representó el
único contrapunto significativo a la literatura popular de Ozaki Kôyô. De hecho,
la autoridad de estos dos autores fue tan grande que incluso algunos críticos
han calificado la década de los noventa como “los años de Kôyô y Rohan”.
Kôda Rohan ( 幸田 露伴, 1867-1947), considerado como el último
superviviente de la tradición china en Japón, vivió ajeno a los cambios que
tenían lugar en el mundo literario y rechazó tanto las obras artificiosas de la
Ken’yûsha, como la literatura con voluntad realista que escribían los jóvenes
autores románticos y naturalistas. En contraposición a estas tendencias, Rohan
construyó una obra marcadamente idealista, arraigada en las tradiciones
budistas y confucianas, y dirigida a una elite intelectual que, como él mismo,
aún había recibido una educación basada en los clásicos chinos. Como es lógico,
Rohan no adoptó el modelo de lengua genbun-itchi y
continuó escribiendo en un estilo clásico.
El
romanticismo y el naturalismo
El caso de los autores de la Ken’yûsha y de
los últimos representantes del estilo clásico que hemos visto en los dos
apartados anteriores se puede considerar como un paréntesis en el proceso de
modernización que la literatura japonesa había emprendido con Tsubouchi y
Futabatei. Cabe decir, sin embargo, que el hecho de que la literatura dominante
durante la década de los noventa no tuviera la profundidad psicológica ni la
voluntad de realismo propios de la literatura moderna, no quiere decir que
durante estos años se abandonara el esfuerzo para crear una ficción parecida a
la de los países avanzados. Bien al contrario, los noventa también vieron la aparición
de una generación de escritores jóvenes que, a la sombra de la Ken’yûsha,
perseveraron en el camino hacia la modernización inspirándose en las ideas que
llegaban desde Europa.
Ahora bien, hay que matizar que el hecho de
hablar de romanticismo, de realismo y de naturalismo para describir la evolución
de la literatura japonesa a partir de la década de los noventa puede dar la
impresión de que la aparición de estas tendencias literarias tuvo lugar de una
manera más ordenada de como pasó en realidad. Antes de entrar en el análisis de
cada uno de estos movimientos, hay que tener presentes dos aspectos:
a) En el contexto de la
literatura japonesa, las denominaciones de estos movimientos toman unas
connotaciones ligeramente diferentes respecto a sus “equivalentes” europeos.
b) De alguna manera, todos los
escritores que empezaron a escribir con voluntad modernizadora a partir de 1890
se podrían considerar como realistas, en la medida en que compartieron la
preocupación por describir al individuo y su comportamiento de la manera más
precisa posible.
El primer movimiento literario identificable
que tomó cuerpo en Japón a partir del nuevo influjo de ideas llegadas de Europa
fue el romanticismo (roman-shugi, 主義 o 浪漫主義), que dejó sentir su influencia entre 1889 y
1904. La aportación principal del romanticismo a la modernización de la
literatura japonesa consistió en la introducción de dos elementos que no tenían
ningún precedente en la tradición literaria nipona: la exaltación de la
libertad individual y el tratamiento del amor
y los sentimientos como el centro de la existencia.
El movimiento que tomó el relevo del
romanticismo en el proceso de modernización de la literatura japonesa fue el
naturalismo ( shizenshugi, 自然主義), que tuvo su momento álgido entre 1905 y 1910.
A pesar de los pocos años en los que dominó el mundo literario, el movimiento
naturalista tuvo una gran influencia en las letras japonesas, ya que, como
veremos, estableció las bases para el tono personal y casi confesional del cual
están impregnadas algunas de las grandes obras del siglo XX.
A pesar de la evidente inspiración de los
naturalistas japoneses en las tesis del naturalismo europeo –que habían
conocido mediante las obras de autores como Zola, Flaubert o Maupassant–, la
versión japonesa del movimiento se apartó muy pronto de las tesis originales en
un aspecto básico: la relación entre el individuo y la sociedad. Mientras que
los naturalistas europeos describían al individuo de manera casi científica y
lo presentaban como un ser sometido a las fuerzas históricas y evolutivas, los
naturalistas japoneses se limitaron a describir al individuo sin relacionarlo
con el entorno social. De esta manera, la literatura naturalista japonesa derivó
hacia un estilo confesional donde la realidad se describía sólo a partir de las
experiencias directas y personales de los autores.
Con respecto al estilo, las novelas
naturalistas japonesas se caracterizan por la escasez de acontecimientos
dramáticos, así como por un lenguaje sencillo y directo, desnudo de cualquier
artificio. La obsesión de los naturalistas por explicar la verdad sin
introducir elementos ficticios u ornamentales propició el nacimiento de una de
las formas literarias japonesas por excelencia: la novela personal
o
shishôsetsu
(también denominada watakushi-shôsetsu, 私小説).
Bueno, y hasta aquí el tocho-post de hoy. Ha sido denso (¡Y eso que he recortado!) pero espero que os haya gustado. He hecho el articulo con mis apuntes de la universidad, por lo que el mérito es de mis profesores Shigeko Suzuki y Albert Nolloa, yo solo me he limitado a hacer una selección y hacerlo más ligero. Espero que os haya gustado.
Qué interesante la verdad, siempre me ha encantado toda la cultura japonesa y sabía poco d eus historia ^^
ResponderEliminarMuchas gracias <3
PD: menos mal que está resumido xd
Me encanta la cultura japonesa y todo lo relacionado con ella, tu entrada se agradece! Siempre me ha llamado la atención la profundidad psicológica en la novela japonesa actual, más basada en los sentimientos que en los grandes artificios más propios de la estadounidense y o de la europea, supongo que por eso mismo muchos consideran esa literatura como "lenta". A mi me encanta aunque sí es cierto que resulta más tranquila y de lectura lenta, sin los subidones de adrenalina continuos que te proporcionan las de otras zonas más cercanas.
ResponderEliminarMagnífica entrada de nuevo, por cierto, ¡¿en serio están en japón?!
Besotes!
Hola! Que interesante! Es una cultura que siempre queda apartada de la historia, al menos por aquí Europa así que es de agradecer leer una entrada de este tipo ;) Disfruta de tu estancia en tierras niponas, besos!
ResponderEliminarHola^^
ResponderEliminarUna vez más, una entrada la mar de interesante, me encanta.
besos!
Buenas.
ResponderEliminarBuena clase de historia. Un poco de cultura no viene mal ni hace daño a nadie. La verdad que excepción a grandes rasgos, la cultura de oriente para mí es una perfecta desconocida.
Un abrazo!
¡Hola! ^^
ResponderEliminar¡Qué entrada tan curiosa! :D Saber cosas de otras culturas siempre es genial y está en concreto siempre me ha llamado mucho la atención :) ¡Muchas gracias por compartirlo! ^^
¡Un besazo!
Hola!
ResponderEliminarMuy interesante!!!
Pues sí, siempre es bueno aprender cosas nuevas y más si son literarias.
ResponderEliminarPor cierto, si interesa, tenéis premio en el blog: http://paranoiesrikanna.blogspot.com/2014/07/premio-dardos.html
Saludos^^
Siempre es bueno aprender cosas nuevas, y más si son literarias.
ResponderEliminarPor cierto, si interesa, tenéis premio en mi blog: http://paranoiesrikanna.blogspot.com/2014/07/premio-dardos.html
Saludos`^
Nunca me había planteado la literatura japonesa, no tenía ni idea, ahora gracias a esta entrada se un poquito
ResponderEliminar¡Un beso!